Tan cerca de la perfección, y a la vez tan lejos. Todos los espectadores que asisten a la obra de tu vida actual no pueden sino maravillarse de lo fantástica y genial que parece. Muchos la desearían como suya. Y es que podría ser la más perfecta del mundo. Pero solo podría, porque vale que es fantástica y que tiene todos los ingredientes de un sueño hecho realidad, mas no para ti que viviste algo antes. Ellos, los espectadores, no conocen el pasado. No conocen tu vida completa. No te vieron nacer, no disfrutaron de tu infancia feliz, ni asistieron a tu primer día de instituto. No pudieron ver su primera mirada hacía ti, ni la forma en que tú te estremecías. No asistieron a la parte de la obra en la que el te susurraba al oído las dos palabras mágicas, ni el momento en el que fuiste suya y solo suya y sonreías por cualquier chorrada. Una pena que no vieran esos tiempos tan felices. Aunque no todo lo que se perdieron fue tan de color rosa. También se perdieron el momento de la despedida, brusca, fuerte y dolorosa, sobre todo eso. No vieron los lloros y desgarros que produjo ese tiempo feliz. Tampoco pudieron presenciar la reconstrucción y el presunto olvido de todo eso. No saben nada. Solo conocen el ahora. Que sería perfecto sino hubiera habido un antes, con sus recuerdos, felices y tristes, para compararlo.
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