Miles de problemas se acumulan en mi pitillera. Miles de secretos que solo me fumaré en la intimidad de mi cuarto. Tantas cosas quedaron encerradas allí. Sería fácil simplemente fumarme todos mis problemas hasta que se convirtieran en meras cenizas de lo que un día fueron. Sería lo más sencillo pero es que yo no fumo. Nunca he sentido el placer de desahogar mis nervios chupando el filtro del primer cigarro que tenía a mano. Nunca lo he hecho y no creo que pueda empezar ahora aunque los cigarros se acumulen. Un cigarro por cada problema, por cada traición intuida o sabida, por cada preocupación, por cada arrepentimiento, por cada sentimiento de perdida, de alejamiento, cada frustración, cada temor, por todas y cada una de esas cosas que a veces me han hecho temblar, no de miedo; sino de impotencia, de rabia al ver que no podía hacer nada más que quedarme parada y ver como la pitillera se llenaba y aumentaba el volumen del bolsillo de mi raída chaqueta. Y a estos cigarros de problemas y preocupaciones se suman otros. Dolores que pasaron o que pasan, recuerdos felices que transcurrido el tiempo duelen, roturas del corazón que sanaron y que escuecen o que simplemente nunca pudieron cicatrizar del todo. Todas las veces que desee que la tierra me tragara están metidas en mi triste pitillera, cada vez más grande, cada vez más llena.
Son sentimientos pesimistas, deseos de salir corriendo y tirar la pitillera a la primera papelera que encuentre en mi camino, pero no funcionaría tirarlos, demasiado vicio diría alguno. Tendría que fumármelos afrontar el dolor que me produciría sentirlos dentro de mis pulmones en lugar de tenerlos solo como una carga de bolsillo. No soy lo suficientemente fuerte, no soy tan valiente como digo. Tengo miedo, soy una simple cobarde y eso es lo que más me duele. No poder, ser una inútil, una inepta que no sirve para nada.
Está claro tengo que fumar o no me lo podré perdonar...
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