Eramos pequeños. Bajábamos al parque y sin habernos visto nunca comenzábamos a jugar. Daba igual niño o niña. Rubio o moreno. Extranjero o de aquí. Jamás nos fijábamos en eso. Daba igual el exterior. Eramos niños, jugábamos. Jugábamos a las familias, a los restaurantes, a las guerras en las que nadie moría. Jugábamos a ser mayores. Un beso en la mejilla era la mayor muestra de amor que conocíamos. Todo era más fácil. Hacíamos sonreír a todos por cualquier cosa. Pero nosotros queríamos crecer, ser mayores.
Ahora somos mayores, pero desearíamos ser pequeños de nuevo. Para poder jugar. Para poder ser queridos por todos. Para no sentirnos despreciados. Para poder hacer sonreír a los demás. Para no enamorarnos, no ser correspondidos y sufrir.
Cuando eramos pequeños jugábamos a ser mayores, sin darnos cuenta de que teníamos el mundo en la mano. Quizás no podíamos hacer tantas cosas como los mayores, pero eramos libres de lo que pensarán los demás.
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